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miércoles, 7 de abril de 2010

POEMAS DE ROBERTO DÍAZ MUÑOZ (CUBA)




COMIENZO


Como un hombre cansado
se levanta este día
y pálido se apoya en la ventana
debajo de la cual, tendido, espero.

Sobre mi corazón
su mano limpia
agita el aire. Una florida rama
que de la sombra emerge
al borde del sendero cabecea.


Hacia mi ardida piel
emite el agua
su aliento de frescura.


¿Es ésta la señal
de que yo soy amado?


Una mujer me observa
despertar en la luz
como quien de ella nace.




CICLO


Para Dolores Escardó


¿Qué hacer con estos nombres
que cuelgan de la lengua
crujiendo, desgajándose
como maderos viejos?


(el silencio es un niño
dormido a gritos)


Ellos son las voces
de las antiguas inhibiciones
tropezando
con marejadas de palabras
y ajenos ademanes.


(los besos dados yacen
cubriéndose de polvo)


En un rincón, inadvertido,
acecha lo que resta del poema
preguntando muy dulcemente
a todos los que pasan
la seña dada, el nombre
de la anunciada criatura.


(las manos que volvieron del adiós
lo inoculan de espanto)


Entonces queda erguida,
como un poste,
la seña de mi cuerpo
sin reposo, buscando
la corza prometida,
la bestia milagrosa
que se arrastra en el sueño.


(la noche pesa mucho
sobre el pequeño fuego)




LA CURA DEL SIAMÉS


Yo siempre digo que voy a pasar
pero siempre me detengo justo ante esta puerta.
Como si no supiera que tú estás del otro lado,
amando, habitando la noche
ésta en que me sobresalto como un ladrón
asustado de pronto por el ruido que haces
al correr el silencio, cuando te quedas sola
y ya no tienes que fingir
y estás desnuda.
Así que me regreso, corrido yo también,
a la hora en que todos acuden al trabajo
y tú sonríes en medio del sueño
con que sueñas exactamente lo que hago
fumando solitario bajo la noche oscura
con la puerta cerrada por las ganas
que tengo de salir
contra el tiempo a buscarme
en el recodo en que seguramente
quedé dormido y aún estoy
con la cabeza puesta en cualquier piedra
ignorando que aguardas
unas pocas semanas adelante
sin comprender nada, pensando
sabe dios cuántas cosas
de la mitad que ha llegado
cojeando a la ventana.




HOMBRE SOLO


De la ventana cae la noche hecha pedazos,
su párpado cerrado, cada vez que regreso.
Si una mujer dormía en esa cama
la noche era una puerta inviolable
donde acababa el mundo
y había una pequeña luz en la mesita
que tenía los bordes quemados de cigarros.


Cuando había una mujer dormida allí, junto a la noche,
notaba el cambio enseguida y ya no hacía ruido
para que despertara por mi peso en la cama
y pensaba un momento lo amargo que resulta
dormir solo, para un hombre tan solo.


A veces no se podía dormir de tanto sudor.
La mujer era una brasa yacente a mi lado,
quemante y viva, con esa luz particular
que tienen algunas mujeres cuando duermen.
(Aún no comprendía ciertas cosas
porque mi cuerpo me quedaba holgado).


Una vez encontré a una mujer dormida en esa cama
y tuve que sentirla por el olor
a mujer y por la noche oscura.


Por la mañana fue a trabajar un hombre
más viejo, con las manos gastadas
por aquella mujer que dormía
y que se marchó defraudada, con el sol.


Con las sombras regresa el mismo hombre,
como un idiota, preguntándose
de qué color será esta vez la noche
que se va a descolgar de la ventana.




NARA


Vivías en un pueblo a la orilla del mar
tus días de estrenada maestra
que se empeñó en dar vida
a niños de la zona
en cuyo rostro estaba escrito
un destino de muerte.


Como una simple flor ibas a deshojarte
camino de la escuela
en aquel aire de feroz salitre
que imprimía su pátina en el sol
sobre el verde sumiso de los cañaverales.


Todavía, una vez, parpadearon los muertos
en su noche de tierra
y todavía oímos sus quejidos metálicos
en el saludo de los transeúntes.


Tú estabas junto al mar
y en ese instante
me contempló la cara que tuviste de niña.


Y, sin embargo, es todo.


Detrás quedan las tumbas palpitando.
El ingenio aún despide su alarido de ave
y sólo el mar, sólo su cuerpo claro
es ajeno a este duelo
de la memoria donde tu mirada
es el germen ya absurdo,
ya podrido,
de otra vida posible.




SAMBA DE SEPTIEMBRE


Regresaré, Marcela, a los días oscuros
en que busqué tu rostro
en las fotografías de los asesinados,
tu nombre en las macabras listas.


Cómo dar al olvido, incluso en ese instante,
que en Santiago hubo fiesta
ni la imagen del cerro
en cuyos senderitos de enamorados,
al amanecer,
transitaba la niebla como una persona.


Un cubano en la feria de la independencia
era como un milagro
posible en el paréntesis de la sangre y el tiempo.


Cantabas suavemente junto a jarras de chicha
mientras, cerca de allí,
los soldados aterraban a todos con su paso de ganso.


Qué verdadero, sin embargo,
tu amor de mujer india,
tu samba luminosa en el aire tranquilo
sobre el dulce rasgueo de las cuerdas.


Guitarras y botas militares
sonaban en la tarde
mezcladas en la ingenua borrachera del pueblo.


Para entonces la muerte
era un hecho tangible
sólo en las predicciones de los pesimistas
y en mí la extraña angustia
del que ríe y conversa entre condenados,
del que canta en un coro de muertos.


Ahora estoy frente al mar y una mujer me observa.
Tu rostro no aparece. Al sur suena la noche
como una samba triste.




CREACIÓN


para Lucía Sardiñas


La luz del sol despliega
su ancha tela
y avanza
suavemente hacia el mar.


Desde la piedra
un niño
contempla el agua clara,
viva a esta hora,
y ve saltar la espuma
en el sitio en que un pájaro se mueve.


Y sólo esa gaviota está sobre el estero
y sólo la ve el niño mientras juega
y sólo en su mirada está volando.


El niño existe allí,
en el fondo asequible,
con los ojos cerrados.


Pero el viento,
que estaba en equilibrio,
se detiene y se duerme
sobre la rama.



LA VENTANA


Cuando estamos así basta un silencio
nocturno al borde de los labios,


basta un silencio así como el que digo
para que no se escape la tristeza.


Cuando estamos así basta cerrar los ojos,
basta una sombra así,
espesa y fría,
para no ver las caras que tenemos.




LA VUELTA A CASA


Ahora que el viento
tibio de la mañana
marcha, como un amigo,
a mis espaldas;
ahora que he escuchado
el quejido del canto de un ave solitaria
cuyos dulces impulsos
se pierden veloces en la espesura
que se inclina sobre este mar
sin término asequible,
he metido mi mano, como un cuenco,
en el agua caliente todavía
del ardiente contacto que ahora recomienza
y recordé tu nombre.


Como el eco del ruido de una piedra
hace tiempo lanzada en el abismo de mi memoria
escuché de nuevo tu nombre:
una nota insistente desde la escueta rama.
Y tuve miedo de tanta soledad.


Han llegado a esta playa
las olas en silencio,
como visitas apesadumbradas
y mientras en el cielo el día se establece,
un niño que miraba la salida del sol,
asustado, de pronto, por la inmensidad del universo
que le fue revelada,
regresa al calor familiar
de su casa imposible.



LOS VIAJES


para Lily




Un día se concluye un asunto importante,
un poco se camina,
se apartan los sueños con la mano
y se recuerda un poco
pero se olvida mucho más
y no hay problema.


Como que el viento sopla en popa
hay que ver cómo vamos, orgullosos,
mirando siempre al frente sin atender a nada
(los ojos ven de lejos
y le adivinan una silueta amable al horizonte).


Un día se concluye ese asunto importante,
se anda un poco
pero se advierten pérdidas sensibles.
Digamos, una pierna,
un órgano vital que falla imperceptiblemente,
los juegos de la infancia,
la risa que saltaba como el payaso de la caja
y el amor,
eso que era tan fácil haber resuelto
de una manera más favorable para uno.


Entonces nos volvemos
y el tiempo, a todo trapo, da en el rostro,
nos cruje el maderamen
y hay que tomar el rumbo nuevamente
con un poco de miedo.


He aquí que no se puede regresar por nada
y hay que seguir andando, con cautela,
que el tiempo sopla cada vez más fuerte
y en el menor descuido nos derriba.




LA VUELTA A CASA


Ahora que el viento
tibio de la mañana
marcha, como un amigo,
a mis espaldas;
ahora que he escuchado
el quejido del canto de un ave solitaria
cuyos dulces impulsos
se pierden veloces en la espesura
que se inclina sobre este mar
sin término asequible,
he metido mi mano, como un cuenco,
en el agua caliente todavía
del ardiente contacto que ahora recomienza
y recordé tu nombre.


Como el eco del ruido de una piedra
hace tiempo lanzada en el abismo de mi memoria
escuché de nuevo tu nombre:
una nota insistente desde la escueta rama.
Y tuve miedo de tanta soledad.


Han llegado a esta playa
las olas en silencio,
como visitas apesadumbradas
y mientras en el cielo el día se establece,
un niño que miraba la salida del sol,
asustado, de pronto, por la inmensidad del universo
que le fue revelada,
regresa al calor familiar
de su casa imposible.




BAJO EL CANTO DEL RÍO


Un sueño, su agua fresca
te envuelve suavemente.
El tiempo de la noche
deja en tu oído su rumor profundo,
una música dulce de violín
sobre el que pasa, arco interminable,
la línea recta de las horas.


Alto, en el cielo,
como arañas negras
espían las antenas
y en un punto distante
está solo el quejido de la muchacha torturada
cuando su cuerpo siente el peso de la sombra
y dos soles irradian debajo de sus párpados.


Muy cerca de esos muros
un soldado defiende su parcela de miedo.


¿Qué será, finalmente,
del pequeño poema
que acecha, triste, en su fugaz instante
si los ojos cruzaran
con despreocupación
sobre sus angustiados ademanes?


Apartando de un golpe
los meditados gestos cotidianos
alguien revela el rostro verdadero
que enseguida se apaga
como un recuerdo que no se concreta.


Un día partirá quien ha vivido,
quien conoció el sabor a tierra podrida
de los besos
dados entre el cansancio y la penumbra,
a buscar los soleados lugares
que dan sentido a la memoria.


Pero el amor nos mira
con sus ojos de niño perdido
que duda y se alegra
de habernos por fin encontrado.


Olvido y sueño,
aguas de soterrado empuje
para el diario combate de la muerte
en la bella mujer que a un tacto de dulzura
se va desvaneciendo y se concentra,
en la misma miseria cuyo cendal ondeante
avisa en las más altas ciudades
su estallido de epidemia que se propaga
a dentelladas en la multitud
cuando es una la belleza de la sangre
que se arrastra en busca de hondonadas
en qué arder libremente
y la belleza de un paisaje con sol
que cautiva y hace partidarios
aún entre los más desesperados.


Un sueño, como un río,
te conduce.


Que en su fondo de niebla
no te aguarde la angustia

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