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miércoles, 10 de marzo de 2010

POEMAS DE JUAN GUSTAVO COBO BORDA (COLOMBIA)



EPITALAMIO

Dame luz que yo seré tu sombra.
Dame agua que yo seré tu sed.
Es tan corta la eternidad
para empezarnos a querer.

Acúname
en la desvalida tibieza
con que todos nos sabemos
inermes y desnudos.
Cobíjame con la fuerza
que yo te daré.

Abre siempre el día
con un vibrante
sonido de trompeta.
Cierra siempre el día con la flauta dulce
que aviva el fuego secreto
de la intimidad.
Conjuguemos un plural
tan férreo como libre.

Déjame ser la niña que corría en el jardín.
Déjame ser el niño que ganaba el mayor premio
y seguía jugando indiferente y feliz.
Mis sueños más oscuros se han hecho clarividentes para ti.
Respeta mi utopía, que es la tuya también.



BÚSQUEDA

¿Qué aguijón
nos obliga a ir
tras espejismos?

¿Con qué fuerza
irreprimible
la sugerencia
de la dicha
nos encadena
a imágenes obsesivas?

Mares que rugen
dejan abierto un abismo.

Aquel que conduce
al más vasto
continente desconocido.

Las feroces selvas
donde late
el corazón imbatible
a la espera de quien
vuelva música
su delicado,
su atroz latido.

 LAS MADRES TERRIBLES

Se creen perpetuamente jóvenes
y amigas descomplicadas de sus hijos
pero los castran con sevicia.

Expertas en el chantaje afectivo
proclaman a los cuatro vientos
lo invaluable de sus sacrificios.

Hasta que un día,
con la cara manchada por el cigarrillo,
reciben el portazo
con que sus hijos se van,
rotos pero felices,
escupiendo sobre su falacia
de carceleras honestas, francas y comprensivas.

Se quedarán atónitas
en busca de un almuerzo, una salida,
una misa, un psicoanalista.

Las comidas con bolero,
guitarra y amante efímero
que aleje por pocos días
el espectro de su rostro
ya roído
por la grandeza inconmensurable
de su infinito vacío

 GRECIA DE NUEVO

Playas ásperas de piedra
y el sol y la luna
conviven bajo un mismo cielo.

Aroma de cordero
y las estatuas caídas,
al desgaire,
entre los matorrales del museo.

Tiendas de dulces, recargados de miel
y siempre el tropel bullicioso
de empleados públicos en huelga:
Maestros, médicos, oficinistas.

Pequeñas iglesias
saturadas de incienso
y en los muros,
del génesis al Apocalipsis,
la historia integra
con su dorada aura
de icono bizantino.

Los ritos ortodoxos
se vuelven aun más puros
en el recoleto jardín de los monasterios.
Ese silencio venció a los turcos

Grecia zarpa de nuevo
para detener, hoy como ayer,
los toscos ídolos persas
y sus reyes rudos.



DE VIVA VOZ


El amor es monstruoso.
Ya no recordamos
si alguna vez
fuimos otro distinto
de quien sólo existe
para escuchar una voz,
una exigencia brutal,
la dulzura inenarrable
de un "te adoro, te adoro, te adoro",
un sarcasmo helado,
un sol bajo el cual
todo florece de nuevo.
(Cuando ella gritaba "loco"
y la espuma de su vientre
desbordaba fresca y ávida).


El amor es mortal:
te congela los pies
si huyes de él.

AUTÓGRAFO

A los poetas de antes
les pedían, generalmente, un acróstico.
Sólo que ahora,
cuando el rencor es la única palabra
que sé pronunciar,
¿con qué enrevesada caligrafía
(letra palmer, ¿no?)
lograré transmitir el profundo desprecio
que hay en mí?
Aprieto los dientes, y sigo,
exento de todo romanticismo:
mi tarea consiste
en redactar notas necrológicas
dos o tres veces al año.
A quien se debate, también,
entre el abandono y la lástima:
tal podría ser la grandilocuente dedicatoria,
y luego los prolijos catorce versos,
llenos de almíbar.
Qué decirte
que no te hubieran dicho ya,
la muchacha de la casa, la tía solterona:
resignación y experiencia.
A los libros, quítales el polvo;
ordena el closet, y consigue aquellas matas
que siempre has querido para el balcón del
apartamento.
(La tragedia consérvala en secreto).

 POÉTICA

¿Cómo escribir ahora poesía,
por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles?
¿Para qué aumentar las dudas,
revivir antiguos conflictos,
imprevistas ternuras;
ese poco de ruido
añadido a un mundo
que lo sobrepasa y anula?
¿Se aclara algo con semejante ovillo?
Nadie la necesita.
Residuo de viejas glorias,
¿a quién acompaña, qué heridas cura?


CAVAFIS

Las calles de Alejandría están llenas de polvo,
el resoplido de carros viejos y un clima
ardiente y seco cerrándose en torno a cada cosa viva.
Incluso la brisa trae sabor a sal.
En el letargo de las dos de la tarde
hay un ansia secreta de humedad
y el tendero busca en sueños, con obstinación,
la áspera suavidad de una lengua inventando la piel.
Bebe con avidez el agua amarga de la siesta
y despierta cansado por ese insecto que vibra insistente.
La frescura de la tarde desaparece también
y su única huella fue este sudor nervioso
y el bullicio que minuto a minuto agranda los cafés.
Pasan los muchachos, en grupo, alborotando
y aquel hombre comprende
que ninguna palabra logrará atrapar sus siluetas.
La noche devora y confunde
haciendo más largo su insomnio,
más hondos sus pasos por sucias callejuelas.
El amanecer lo encontrará contemplando
ese velero que abandona el muelle
y atraviesa la bahía, rumbo al mar.

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